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Grossman y la geometría subjetiva 
Alvaro Medina

            Las matemáticas son, en esencia, objetividad pura. Sus resultados no dependen para nada de la voluntad, el humor o el deseo de nadie en particular. Las poéticas, en contraste, son subjetivas y no están sometidos a las leyes de las ciencias exactas. Por ser una disciplina ligada a las matemáticas, la geometría es objetiva. Un cuadrado es un cuadrado si cumple la condición de tener los lados iguales, o simplemente no es cuadrado. En Joel Grossman, sí lo es. 

La geometría ha sido un aliado escurridizo y fiel de los artistas plásticos. Uso la palabra escurridizo por cuanto los esquemas geométricos no siempre se revelan de manera clara y evidente, aunque estén ahí, estructurando la composición del cuadro o la escultura que admiramos. Hace más de un siglo, cuando la abstracción pura saltó al primer plano con Kandinsky, Malévich y Mondrian, la geometría pasó a ser la protagonista esencial de las obras. Entre los historiadores de los movimientos vanguardistas, el Cuadrado negro de Malévich se ha vuelto el símbolo del capítulo que se abría. 

Desde esos años, el compás, la regla y la escuadra tuvieron tanta importancia como el lápiz y el pincel en el estudio del pintor, o como el cincel y el martillo en el taller del escultor. Mondrian anatemizó a los artistas que no se rigieran por la vertical y la horizontal, condenando el uso de oblicuas. A partir de él, se profundizó una corriente de líneas nítidas y planos de color carentes de accidentes o huellas. Con visos de tabú inamovible, el canon se acogió y aplicó con tal rigor que, en aras de extirpar la subjetividad, los minimalistas buscaron y alcanzaron la perfección técnica del producto industrial. Accedieron, de este modo, al máximo grado de objetividad. 

Con Grossman, estos sacrosantos principios se han venido abajo de modo evidente y consciente. No sobra recordar, situándonos en el contexto latinoamericano, la obsesión perfeccionista que animara los trabajos de artistas como los argentinos Tomás Maldonado, Lidy Prati y Julio Le Parc, los brasileños Luiz Sacilotto e Iván Serpa y los venezolanos Jesús Rafael Soto, Alejandro Otero y Carlos Cruz-Díez. La geometría es tan rigurosa y exacta en cada uno de ellos que la imperfección quedó desterrada. 

En Grossman, por el contrario, la imperfección permea los detalles y los saca de la asepsia que ha campeado desde entonces. La geometría puesta en juego por él posee la jerarquía que apreciamos en cada uno de los maestros antes citados, pero imbuida de palpitación humana. Los cuadrados del colombiano son inexactos, pero no dejan de ser cuadrados. Sus cubos tampoco califican como cubos, pero al ojo sí lo son. Pintor y escultor, Grossman practica las dos disciplinas con el ímpetu creativo que le ha permitido transgredir la tradición fundada por Malévich y profundizada por Mondrian. ¿Entrecruza Grossman tendencias consideradas antagónicas como son el constructivismo y el expresionismo? Sí. Y demuestra que se pueden enriquecer mutuamente. 

En las esculturas, pinturas, grabados y dibujos que ahora exhibe, la objetividad propia del constructivismo se revela en la composición. Frío, calculador y ordenado, el artista define y distribuye los elementos en el espacio, lo mismo en dos que en tres dimensiones. Luego, con cálida emoción, despliega la subjetividad del expresionista que particulariza el terminado de esos elementos, de texturas variadas y bordes ripiados. La expontaneidad le permite adentrarse en un territorio que los viejos maestros despreciaron. Su exploración, en consecuencia, fusiona posiciones que parecían irreconciliables. 

La geometría subjetiva no tiene cabida en el campo de la Ciencia, pero sí en el de la Poética. Los artistas del Egipto Antiguo le dieron rango sagrado y los bizantinos la sistematizaron en mosaicos y pinturas. Unos y otros se regodearon, por cierto, en la silueta y el contorno nítidos. En Grossman, por el contrario, la nitidez no existe, los contornos vibran, los trazos rectos fluyen nerviosos, la métrica cede en milímetros e incluso en centímetros cuando se trata de medidas, lo impecable ha quedado proscrito, el albur es aceptado y la pasión ha retornado viva y retadora con un nuevo sentido de la belleza. 

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GEOMETRÍA SUBJETIVA

Christian Padilla

 

      Aunque la frase Geometría subjetiva pareciera un oxímoron inventado desde el mundo del arte, es tan apropiado como la frase belleza matemática acuñada por el mundo de la ciencia. El premio Nobel de 1933, Paul Dirac, comentó que “toda ley física debe tener belleza matemática”, por lo cual el mundo de la geometría no parece ser ajeno a la interpretación de la estética y una cierta mirada subjetiva y artística en torno a la noción de lo bello.

 

Desde inmemorables tiempos, mucho antes de que la ciencia ordenara el pensamiento y las ideas de forma sistemática, la noción de belleza estaba ligada a la concepción de los dioses. Por eso hasta la geometría tenía una esencia divina, y cuando alguien se atrevía a cuestionar su belleza o su perfección podía correrse el riesgo de ir en contra de preceptos incuestionables. Así le pasó en épocas más modernas a Kepler, que fue acusado de hereje por poner en duda el origen divino de la forma del heptágono o cuando describió las orbitas de los astros a manera de elipse, rompiendo con la perfección del círculo que se creía un designio sagrado. Para algunos religiosos fundamentalistas la actitud de dejar en duda el conocimiento científico de Dios debía ser castigada rigurosamente para que no se pusiera en cuestión que las bases del funcionamiento del universo, la creación y la divinidad estaban plenamente relacionadas.

 

Caemos comúnmente en el error de asumir que lo opuesto a la perfección y el orden es el caos. Eso se debe a que tendemos a confundir el caos con el desorden, pero, por el contrario, el caos es un tipo de orden que no puede regirse por lo predecible, que no es lineal, donde prima lo inesperado. El crecimiento de las ramas de un árbol, la forma cambiante de una nube o, en general, el tiempo atmosférico son una manifestación de aquella geometría que se forma según sus propias leyes. Y para nuestra sorpresa, el estudio de intentar comprender aquellas manifestaciones y convertirlas en algo predecible se expresa por los científicos en el contradictorio término matemática caótica, algo que podría estar en sintonía con este novedoso concepto de una geometría subjetiva.

 

  La obra de Joel Grossman se introduce como un ejemplo perfecto de esa actitud, donde prima lo inesperado y lo no lineal a partir de lo que en apariencia es un orden geométrico. Su admiración por el arte del minimalismo o las formas prehispánicas están mediadas por una dosis controlada de caos. Ambas miradas, la de lo moderno y la de lo ancestral, parecen coincidir en una reminiscencia al constructivismo de Joaquín Torres García, una influencia que le sirve de catalizador para que Grossman concilie la matemática y lo divino sin tener que temerle a la Inquisición. 

 

            Pero en la obra de Grossman no hay herejía. Su geometría, aunque cuestiona de alguna manera el orden, no pone en duda la divinidad que sus formas esconden. Por el contrario, la hojilla de oro, componente fundamental en su trabajo, trae reminiscencias del arte colonial o de la orfebrería ancestral, todos aquellos referentes de la forma en que los artistas han celebrado la espiritualidad y cómo a través del brillo dorado muchas cultura se han aproximado a la esencia creadora de todas las cosas. Traigo a la memoria una pintura de Grossman titulada Entropía en dorado, en la cual el artista incluyó una frase que reafirma estas ideas: “There is some gold in chaos”. Y es que tanto las mitologías de la creación como la ciencia coinciden en señalar el caos como un punto de partida del universo. Por lo tanto, la obra de Grossman reflexiona en el origen desde ambas perspectivas. Títulos de sus series como Multiversos, o el Espacio entre las cosas, revelan su interés por comprender la física detrás de la creación, una creación que deviene artística en su interpretación. Es interesante como su producción podría perfectamente propiciar un ciclo de conferencias que expliquen, ilustrando desde el arte, conocimientos tan complejos como la física detrás del funcionamiento del universo.

 

            A su vez, el oro y la matemática revelan su otra forma de perseguir el origen a través de lo sagrado. Grossman encuentra una gran conexión entre ambos aspectos (lo científico y lo religioso) y su producción a través de la Kabalah, las enseñanzas que permiten comprender la relación entre Dios y el Universo en el judaísmo. En ellas, la representación geométrica del árbol de la vida se convierte en un mapa de la creación en el cual la herramienta fundamental para comprender a Dios es a través de los números. Por eso no asombra que Isaac Newton y tantos otros físicos hayan profesado con entusiasmo las enseñanzas cabalísticas y hayan legado al mundo el entendimiento de los fenómenos del universo gracias a su estudio. Por tanto, aunque hemos descrito los factores que explican el porqué de un sello subjetivo de Grossman a la geometría, también podemos definir su interpretación como la de una geometría sagrada. Como en el caso de los matemáticos, con su obra Grossman propone su propia Teoría de la Creación, y acá, el ciclo de conferencias podría incluir a una serie de teólogos, ilustrando desde el arte, las formas en que se ha planteado el origen del universo desde la religión.

 

            En este sentido, la disposición de sus obras tiene también un halo sagrado que invita a la introspección. Sus pinturas monumentales, como las telas de la Capilla Rothko, confieren al espacio de un ambiente de contemplación y reflexión; los cuadros de pequeños formatos, muchos de ellos con el sello brillante de la hojilla dorada, dispuestos ordenadamente causan reminiscencia de altares; y algunas de sus esculturas, a manera de columnas, denominadas Totem, revelan su aspecto ritual. 

            

            Pinturas, grabados y dibujos de todos los formatos conforman el universo creado por Joel Grossman, en el cual el dorado y una paleta de colores atan las series convirtiéndolas en un corpus completamente coherente. Pero, esa extensa producción, así como en las teorías de la representación del universo, han pasado de lo plano y bidimensional (geometría euclidiana), a lo tridimensional (geometría solida o riemmaniana). Se proyecta de una dimensión a la otra prolongándose en el espacio para apropiárselo. Del papel y la tela, Grossman conquista la piedra tallándola hasta darle la forma de su cubo aproximado. Aunque las pinturas pueden entenderse como el arquetipo de sus esculturas, en las obras bidimensionales el vacío central de los cuadrados es solamente el remanente del borde exterior que ha trazado con su pulso. En el caso de los cubos de piedra, es el vacío interior el que toma más tiempo en crear, hay que destruir el interior del bloque para crear la nada que ahí gobierna. Es el espacio negativo el que mayor esfuerzo toma crear, y es el que le confiere al resto de la piedra su belleza, así como no podría apreciarse la importancia de los astros y sus complejas leyes de funcionamiento sino se tuviera en cuenta el vacío en el cual están suspendidos. Todas estas esculturas, penetrables para el tacto y la vista, exhiben las dos caras de la geometría que Grossman ha puesto en diálogo: su geometría subjetiva evidente en el gesto de la talla sobre la piedra, y la exactitud geométrica sobre la piedra lisa y pintada en su interior. 

 

            Tecnología y ancestralidad, ciencia y espiritualidad conviven armónicamente en su obra. Los tótems líticos y los observatorios ancestrales, así como el telescopio James Webb y las agencias espaciales en su búsqueda por el origen del cosmos hacen parte de las numerosas inquietudes que desvelan al artista y que quedan planteados en su obra. Así, su producción se convierte en su propia original y subjetiva Teoría de la Creación, una propuesta valiente y apasionante que posiblemente en otros tiempos habría condenado a Grossman por herejía ante un tribunal inquisitorio.

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El Arte de Joel Grosman


EDUARDO SERRANO

 

 

La obra de Joel Grossman además de atractiva visualmente es intrigante conceptualmente. 

Su fondo en laminilla de oro es indicio de que el contenido de su producción se halla relacionado con la física, y metafóricamente con la vida, 

Sobre fondos dorados Grossman dibuja cuadrados, rectángulos, círculos y elipses, figuras que geométricamente son precisas pero que en sus lienzos parecen tentativas, dubitativas, inseguras, como haciendo alusión a que apenas se hallan emergiendo del caos primigenio.

Simbólicamente, el trabajo de los alquimistas consistía en la transmutación de otros elementos en oro, pero en realidad se trataba de devolverle al hombre sus poderes perdidos, su verdadera esencia espiritual.

La geometría imprecisa de la obra de Grossman es fiel reflejo de su contenido, que puede ser de carácter físico, material, o etéreo, espiritual.

El equilibrio es uno de los atributos de su obra que a primera vista pareciera inestable, a punto de caer, pero que se sostiene gracias a la conjunción de fuerzas encontradas.

El oro y la policromía contrastan lo simbólico y lo festivo, lo reflexivo y lo mundano.

El observador está llamado a descubrir el proceso creativo de cada obra para reconocer las ideas sentimientos y emociones que encierra y poder disfrutarla a plenitud.

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Entre - Versos

Alejandra Fonseca, curadora

Cuando observamos las obras del artista Joel Grossman, nos acercamos a formas geométricas que evocan lo fundamental; el recurrente uso de figuras como el cuadrado y el círculo, remontan a la idea del origen del universo, marcando las piezas con el sentido del tiempo, y el concepto del espacio.


El tratamiento que Grossman da a los materiales naturales, reafirma la intensión de acercar sus obras al significado de lo esencial. El oro como materia prima: fondo y pigmento de muchas de sus pinturas y esculturas, pretende despertar en el espectador una sensación que evoca lo sagrado, lo ígneo, lo poderoso y lo divino. Y el algodón, presente en los papeles y telas de los lienzos, remite a lo terrenal como materia prima de todo lo existente. 


De esta misma manera, la presencia del cuadrado, se relaciona con los cuatro elementos fundamentales, con lo cíclico de las cuatro estaciones del año, y con la geometría sagrada presente en la naturaleza, que ha sido retomada por el hombre para los espacios de reflexión espiritual. Las esculturas creadas con cubos de piedra caliza en equilibrios casi imposibles, rememora las construcciones prehispánicas, que inspiradas en las estructuras del maíz, logran una belleza y armonía atemporales. 


Entre-versos reúne obras de diferentes series, que reflexionan sobre las mismas ideas: el origen, el tiempo y el espacio. Además, el uso reducido de formas, materiales y colores, que cargados de sentido, construyen un andamiaje más complejo, obligan al observador a detenerse y de manera aguda, “leer entre líneas”, para así construir un universo de posibilidades desde sus propias experiencias.


Las obras de Grossman no son anecdóticas, el artista no pretende que estas sean ilustración de una experiencia personal. Más bien, desde su propia acción ritual en la creación de cada obra, crea símbolos -casi emblemas- que esperan ser leídos desde el sentido místico y trascendental de la vida. Entre-versos como un poema de formas plásticas, hace una declaración de amor por el arte. 

Cuando observamos las obras del artista Joel Grossman, nos acercamos a formas geométricas que evocan lo fundamental; el recurrente uso de figuras como el cuadrado y el círculo, remontan a la idea del origen del universo, marcando las piezas con el sentido del tiempo, y el concepto del espacio.


El tratamiento que Grossman da a los materiales naturales, reafirma la intensión de acercar sus obras al significado de lo esencial. El oro como materia prima: fondo y pigmento de muchas de sus pinturas y esculturas, pretende despertar en el espectador una sensación que evoca lo sagrado, lo ígneo, lo poderoso y lo divino. Y el algodón, presente en los papeles y telas de los lienzos, remite a lo terrenal como materia prima de todo lo existente. 


De esta misma manera, la presencia del cuadrado, se relaciona con los cuatro elementos fundamentales, con lo cíclico de las cuatro estaciones del año, y con la geometría sagrada presente en la naturaleza, que ha sido retomada por el hombre para los espacios de reflexión espiritual. Las esculturas creadas con cubos de piedra caliza en equilibrios casi imposibles, rememora las construcciones prehispánicas, que inspiradas en las estructuras del maíz, logran una belleza y armonía atemporales. 


Entre-versos reúne obras de diferentes series, que reflexionan sobre las mismas ideas: el origen, el tiempo y el espacio. Además, el uso reducido de formas, materiales y colores, que cargados de sentido, construyen un andamiaje más complejo, obligan al observador a detenerse y de manera aguda, “leer entre líneas”, para así construir un universo de posibilidades desde sus propias experiencias.


Las obras de Grossman no son anecdóticas, el artista no pretende que estas sean ilustración de una experiencia personal. Más bien, desde su propia acción ritual en la creación de cada obra, crea símbolos -casi emblemas- que esperan ser leídos desde el sentido místico y trascendental de la vida. Entre-versos como un poema de formas plásticas, hace una declaración de amor por el arte. 

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Space between things

John Angel Curador

Joel Grossman presenta la obra “Espacio entre las cosas”, esta serie
de pinturas fusionan las estrategias de repetición del minimalismo y
el conocimiento encriptado en las construcciones monumentales
de las civilizaciones ancestrales. Joel esta interesado en la manera
que aquellos artesanos e ingenieros emplearon los materiales para
alzar esculturas. De esas metodologías de materialización extrae la
simplicidad de los constructores, quienes manipulaban la materia de
forma impecable.
Sus pinturas se ejecutan en lino crudo y hojilla de oro, evocando los
monolitos y tótems. La reflexión que podemos extraer de este gesto que
indaga el concepto del origen y la respuesta ante el estímulo aleatorio.
Es una pregunta fundamental, de qué manera vamos a cooperar
en conjunto como civilización para reorganizar y redefinir nuestro
mundo? Sucederá esto aprendiendo a reconocer la multiplicidad de
saberes? para así habitar con nuestros sentidos, ahora aumentados y
potencializados mediante la tecnología.
Es necesario comprender que como civilización debemos generar
una nueva simbiosis, entre el pensamiento humano y la naturaleza.
Combinando la sabiduría ancestral y el nuevo saber asistido por las
tecnologías moleculares y el método de observación científico.

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La invisibilidad pictórica

Jaime Ceron, Curador

La invisibilidad pictórica, versión dos menos uno: de afuera hacia adentro.

El eje horizontal de la visión, al que la estructura humana ha quedado
estrictamente sometida en el curso de un desgarramiento del hombre
rechazando la naturaleza animal, es la expresión de una miseria tanto
mas penosa cuanto se confunde en apariencia con serenidad.
                    -Georges Bataille

El lugar en donde ocurre la percepción visual se ha convertido desde hace mas de un siglo en un espacio inquietante que no parece asemejarse a ningún sitio conocido. Desde que el análisis de la experiencia humana consideró el aspecto fisiológico de la visión, apareció el cuerpo como la pantalla en donde se proyecta la imagen del mundo. La paradoja de estos descubrimientos, es que a medida que los artistas fueron estudiando estas nuevas teorías acerca del cuerpo como soporte de la visión, se fueron separando de la habitual descripción del mundo visible para ver como es que vemos. El resultado histórico de este alejamiento es lo que hemos conocido desde el siglo XX como abstracción.

Tras los diversos emblemas que han sostenido la abstracción moderna y contemporánea existe la extraña marca del cuerpo, que al decir de Georges Bataille se revela en la horizontalidad de la visión empírica que contrasta con la verticalidad de la visualidad dominante. La visualidad es tanto la marca de la construcción social de lo visual como el emblema de la construcción visual de lo social. La abstracción entonces no solo se relaciona con la experiencia corporal de la visión como matriz de lo real, sino que pone en evidencia como aquello que vemos mantiene invisible una estructura cultural que le antecede.

Joel Grossman ha realizado un conjunto bastante amplio de pinturas y dibujos que podrían asociarse a la abstracción. Se trata de imágenes que insisten en revisar el emblema visual de las estructuras concéntricas, presente en diversos momentos y lugares desde el modernismo tardío. Usualmente sus nidos de círculos concéntricos parecen exceder el límite del cuadro, de modo que la imagen se ve como un fragmento de algo mayor. En otros casos estas figuras concéntricas se circunscriben -al menos en parte- al espacio semivacío que las rodea, sugiriendo que son menores en escala al soporte.

La anterior condición es producida por la frontalidad que caracteriza estas piezas que las hace ver más efectivamente como emblemas visuales que apuntan hacia sus propias características materiales de producción. En principio parece extraño el parentesco entre la experiencia perceptiva del mundo y el señalamiento de los rasgos físicos de la pintura, pero ha sido constante dentro de la abstracción precisamente por la manera como genera una traslación entre el cuerpo del espectador y el objeto pictórico.

En la abstracción, los emblemas visuales serían las estructuras culturales preexistentes que cumplirían la misma tarea que la perspectiva dentro de la pintura ilusionista. Por eso la experiencia desbordante de los círculos nos hace recordar que lo que muestra una ventana siempre es menor que lo que está más allá de ella.

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